Restricciones al liberalismo mercantil
En su época las ideas de Smith resultaron deslumbrantes. Pero ha llovido mucho desde entonces. Concretamente, a finales del siglo XIX se desarrolla una nueva tecnología comercial, conocida como mercadeo, en inglés marketing. Básicamente el marketing tiene como objetivo revertir el primer principio del liberalismo económico: que la demanda de un producto tira de la oferta.
El marketing consiste en que sea la propia oferta la que cree su demanda, o cuanto menos, la estimule, al aumentar artificialmente una demanda que sin marketing sería menor o inexistente. Así, gracias a la publicidad, la distribución, empaquetado y una exposición sugerente se estimula la venta.
Pero se han producido ulteriores desarrollos que han ido distorsionando aun más los principios básicos del liberalismo. También fue a finales del siglo XIX cuando surge la necesidad de legislar la cuestión de las patentes. Según el liberalismo smithiano, la competencia entre los productores lleva al menor precio posible, y esto beneficia al consumidor. Pero ¿Qué sucede cuando la puesta a punto de un producto de alto valor añadido acarrea muchos años de investigación? Una copia barata puede arruinar a la empresa que se tomó el trabajo de producirlo, que no podrá recuperar el dinero invertido en su investigación y desarrollo (I+D). Sin una cierta garantía para el productor original, sin una protección de la competencia, esos fabricantes de alto valor añadido dejarán de innovar y el desarrollo de nuevos productos se detendrá. Para legislar esa protección se creó la ley de patentes.
La ley de patentes garantiza un monopolio temporal, según ley de propiedad intelectual, para que quien investigue pueda fijar un precio más elevado del que tocaría en el caso de competencia perfecta, que supone ajustar el precio al coste de producción más un beneficio que no tiene en cuenta la larga inversión en I+D. Esto es relevante en el desarrollo de nuevos medicamentos por parte de la industria farmacéutica, por ejemplo.
Aplicado al mundo de las drogas susceptibles de utilización lúdica, supondría la invención de nuevas moléculas más seguras, con menos efectos secundarios y mas ajustadas a las necesidades recreativas del usuario.
Aparte de la ley de patentes, como tiro de gracia al principio del liberalismo económico que supone que muchos productores y muchos compradores ajusten el precio más beneficioso según equilibrio en oferta y demanda, sucede a menudo el surgimiento de monopolios y oligopolios.
Y es que el capitalismo irrestricto lleva implícita la semilla de su propia destrucción. En esto no se diferencia en nada de otros sistemas dinámicos, como los seres vivos o las estrellas. Los seres vivos nacen con el destino escrito de su propia muerte. Lo mismo le sucederá a nuestro sol, que consume hidrógeno a una velocidad tal que acabará agotado dentro de unos cuatro mil millones de años. Los modelos económicos, políticos o sociales no son una excepción. La acumulación del capital, característica de nuestro modelo económico, conduce a la aparición del monopolio (un único productor) u oligopolio (unos pocos productores que se ponen de acuerdo para subir precios).
Esta concentración de poder económico es consecuencia de lo que se conoce como "factor de escala", que quiere decir que cuanta más cantidad se produce, menor es el coste unitario de producción. Así, cuando un nuevo productor quiere entrar en el mercado, no puede competir por que sus costes de producción son demasiado elevados respecto del gran productor bien establecido. Esto se conoce como “barrera de entrada”. Para evitar la tiranía de los monopolios y oligopolios que lesionan la libre competencia, pilar básico del modelo económico capitalista, los gobiernos legislan para limitar su poder.
En la misma obra de Adam Smith se anotaba una restricción necesaria a la libre competencia para asegurar la defensa de la nación. Se trata de la producción de armas, que debe quedar en manos del estado, o de algún oligopolio que se pliegue a sus exigencias. En el siglo pasado también se incorporó la defensa de la salud pública, y se creó el sistema de salud nacional, cuyo objetivo era maximizar el bienestar de la población. Y en este último aspecto debiera encuadrarse la gestión de las drogas, algo que en la actualidad NO está sucediendo.
Adam Smith critica las acciones de los gobiernos y de los productores que lesionaban los principios del liberalismo. En un ejemplo sorprendente, desde nuestra óptica prohibicionista actual, comenta como la Compañía de las Indias Orientales, que tenía el monopolio de la producción y comercio de las colonias y países asiáticos, elevaba artificialmente el precio del arroz o del opio, alternativamente, a base de reducir o aumentar la superficie cultivada en función de las expectativas de negocio para uno u otro producto. Según Adam Smith, de no haber existido ese monopolio de la Compañía de las Indias Orientales (CIO), la producción de arroz y opio se habría ajustado a la demanda al menor precio que rindiera beneficios suficientes para el productor.
Y es que en los siglos XVIII y XIX el opio se comerciaba como el café, como un producto de consumo más, sin que surgiera "epidemia de drogadicción" alguna. Y por lo visto Smith consideraba que el precio del opio todavía era demasiado alto como consecuencia del monopolio de la CIO y de las estrategias de los productores que para ella trabajaban.
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