Un Mercado ultraliberal de drogas
Pero volviendo al aquí y al ahora. Resulta que datos de diferentes fuentes muestran que las drogas han reducido su precio real (ajustada la inflación) en los últimos 10 o 20 años, algunas de forma espectacular. La prensa del Reino Unido y de los EEUU[i] ha recogido datos a este respecto, mostrando que el precio de las drogas sigue una escala descendente bien establecida.
Desde el punto de vista de la economía liberal, que el comercio aumente mientras los precios disminuyen responde al modelo ideal del libre mercado, el del liberalismo smithiano en el que todos ganan. La libre competencia propicia que los consumidores ganen por que consiguen mejores precios, mientras que por su parte, los productores ganan pues consiguen un beneficio repartido de forma equitativa entre todos ellos.
Y aunque en el caso de las drogas ilegales se suele hablar de merma de calidad, lo cierto es que más que pérdida, lo que se produce es una variabilidad bastante impredecible de dicha calidad. Es decir, lo que sí se produce es un descontrol de la calidad, que sube o baja respondiendo a contingencias muy fortuitas y probablemente locales. Pero a groso modo, la calidad se mantiene por la misma razón por la que los precios bajan: por que hay competencia.
Y es que el mercado de drogas ilegales, al quedar al margen de la intervención estatal, del marketing, de la ley de patentes y de la formación de monopolios y oligopolios, se parece más que ningún otro al ideal del mercado perfecto que abogaba Adam Smith.
Resulta que los cultivos sustitutivos que quiere imponer el primer mundo al tercero, con el objetivo de erradicar las drogas de raíz, no funcionan. Y no funcionan por dos motivos. En primer lugar por que las infraestructuras de las regiones productoras son tan precarias, con ausencia de carreteras practicables, que no admiten el transporte de productos agrícolas frescos. Entonces la única alternativa viable son los productos de gran valor añadido y escaso peso, fáciles de conserva y transportar, como las hojas de coca, el cáñamo o la amapola papaver. En segundo lugar los campesinos del tercer mundo ganan varias veces más con los productos ilícitos que con los lícitos. Esto refleja la realidad de unas relaciones comerciales entre el primer y el tercer mundo más equitativas con los productos ilícitos que con los lícitos. Así las drogas ilícitas producidas por el tercer mundo representan un comercio más justo, pues suponen cultivos de alto valor añadido para los productores.
Si un campesino planta café o cacao, ambas drogas excitantes legales, productos ricos en xantinas, cafeína en el caso del café y teofilina y teobromina en el caso del cacao, dicho campesino estará sometido al monopolio de la Nestle[ii].
La Nestle es un poderoso cliente que intermedia en la comercialización de esos productos. Cuando un cliente concentra tanto poder de compra, puede fijar precios bajos, de subsistencia para los productores y entonces se dice que tiene “poder de mercado”. Los campesinos, si deciden plantar el arbusto de la coca, por ejemplo, su comprador será alguno de los muchos clanes intermediarios en el procesado, transporte y distribución del preciado alcaloide cocaína, que para ganarse al campesino le ofrecerá un precio razonable. Y aunque puede suceder que estos clanes fuercen violentamente a los agricultores a trabajar para ellos, lo cierto es que los mayores beneficios de los cultivos ilícitos suelen ser estímulo suficiente para fidelizarlos.
Cuando el gobierno de los EEUU se enorgullecía de haber acabado con el cártel de Medellín, o con Pablo Escobar, o cuando la DEA se sentía pletórica por descabezar a algún clan importante de la mafia, no era consciente que estaba abortando la aparición natural del monopolio u oligopolio de las drogas, llevando a dicho mercado un poco más cerca del ideal liberal de Adam Smith. Veamos las consecuencias.
[i] The Economist, It's all in the price, Jun 6th 2002.
[ii] http://www.greenpeace.org/mexico_es/news/details?item_id=613398
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